Dret a
Crimea
He escuchado esta mañana a Putin decir que él no se plantea anexionarse Crimea, sino que tan sólo está amparando el derecho de su población a decidir de forma democrática su futuro tras el golpe de estado (así lo califica, y técnicamente no deja de tener algo de razón) acaecido en Kiev. O eso, o algo parecido: hablaba en ruso y el traductor simultáneo al castellano de la cadena RT, por donde he seguido la rueda de prensa del inquilino del Kremlin, no parecía demasiado fino.
La declaración está bien, es bonita y Putin sabe que nadie puede reprochar, en términos generales, los esfuerzos de un estadista por preservar la democracia. También sabe que el argumento es dialécticamente poderoso, y lo ha demostrado cuando le han preguntado por lo que le decían los líderes occidentales en las conversaciones que ha mantenido estos días: “Me dicen “ (de nuevo me fío del traductor simultáneo de RT, perdón si hay imprecisiones), “que es una injerencia ilegítima en un país soberano, y yo les respondo que injerencias de esas hay todos los días y que ellos son los primeros en cometerlas, en nombre de la democracia: ¿cómo hay que calificar las intervenciones occidentales en Libia, Irak o Afganistán, sin resolución de la ONU o forzando los términos de las que existían?”
Hace bien Putin en recordarnos el peso de la realpolitik, esa que no puede permitir que Rusia se quede sin su estratégica base naval en Sebastopol (puerto principal de Crimea, del Mar Negro y de la flota rusa que opera en el Mediterráneo). Por más que algunos, en los despachos de Bruselas o de Washington, hayan acariciado la posibilidad, eso no va a suceder. Nunca. Jamás. O dicho de otro modo: sucederá cuando Estados Unidos se avenga a atender el legítimo deseo del pueblo cubano de recuperar Guantánamo.
Con el lío que se ha montado, y aunque haya movilizado sus tropas, se agradece la relativa prudencia con que Putin se expresa, y que invita a sus oponentes occidentales a hacer otro tanto y maniobrar hacia una transacción que lleve a un resultado en el que nada pesará el derecho a decidir de la gente del lugar, sino el equilibrio geoestratégico entre las dos grandes potencias militares y lo delirante que resultaría montar otra guerra de Crimea en pleno siglo XXI, con raids de drones sobre la península en vez de aquel espectáculo tan vistoso y romántico que supuso la carga de la legendaria Brigada Ligera.