Cartografía Satírica

26.01.2014 17:07

Los mapas están de moda y hay que documentarse.

 

Otoño del 2008. Charla coloquial con un diplomático de un importante país europeo, en estos momentos en un nuevo destino, fuera de España. Estábamos viviendo la primera de las pesadillas de la actual crisis. La quiebra de Lehman Brothers -15 de septiembre- había estado a punto de provocar el colapso todo el sistema financiero internacional. Se sucedían a ritmo frenético las reuniones de los gobernantes europeos y José Luis Rodríguez Zapatero no había tenido más remedio que apearse del negacionismo de la crisis (el PSOE aún no se ha repuesto de aquella insensatez). Dijo el diplomático: "Esta crisis puede tener efectos devastadores para Europa. Habrá fractura social, crecerán las diferencias de renta entre los grupos sociales y los territorios. Asistiremos a fuertes tensiones regionales; no sólo en aquellos lugares donde ya existen desde hace tiempo. Habrá regiones europeas que querrán desvincularse de sus estados nacionales creyendo que así podrán afrontar mejor las consecuencias de la crisis. En España me temo que esas tensiones van a ser particularmente importantes. Desde la perspectiva de mi gobierno, la única salida estratégica es ir a la creación de un gran espacio socioeconómico con Rusia. Sólo desde una escala mucho más grande, Europa podrá seguir manteniendo cierto peso en el mundo y controlar sus tensiones internas. Pese a los problemas políticos existentes, Europa tiene que acercarse a Rusia. Y para ello me temo que tendremos que sacrificar Ucrania. Ucrania acabará siendo para los rusos".

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El Avenger, un mapa de la guerra alegórico para el Año 1877 también toma la Gran Crisis del Este como su inspiración, pero esta vez Rose toma la parte de los rusos.

 

Invierno de 2014, seis años después. Gran Bretaña se prepara para la celebración de un referéndum sobre la independencia de Escocia. Catalunya pide seguir el mismo camino y el Gobierno español se lo niega. El País Vasco oscila entre la inflamación y la calma, tras el eclipse de ETA, que aún no se ha disuelto. El resultado del referéndum escocés –en estos momentos parece prevalecer el no a la independencia- tendrá efectos importantes en el continente. Bélgica se mantiene en un precario equilibrio interno. La la Liga Norte padana intenta levantar cabeza tras su matrimonio con Silvio Berlusconi, en una Italia que se dirige a la reforma constitucional, con la posible transformación del Senado en cámara territorial. En Francia, manda París, el presidente ocupa la prensa del corazón y la crisis provoca la reaparición del regionalismo bretón, con la protesta de los gorros rojos motivada por una subida en los impuestos sobre los carburantes. Lema de 'les bonnets rouges': "Vivir, decidir y trabajar en Bretaña".

 

El diplomático acertaba. Seis años después, Europa no se rompe en mil pedazos, pero hay estrés regional en muchos estados nacionales. Los focos de reivindicación territorial son hoy más potentes que hace seis años. Es un movimiento en doble dirección. En zonas muy debilitadas por la crisis, el regionalismo se pliega en favor del estatalismo: la gente teme quedar fuera del manto protector del Estado y no quiere cambios, ni discusiones que pongan en riesgo el actual reparto. Donde la crisis es fuerte, pero la sensación de autosuficiencia política y económica es mayor, el movimiento de opinión es la inversa: deseo de más autonomía, cuando no de independencia. Un Estado propio para hacer frente a la indeterminación de los nuevos tiempos. Surgen nuevos programas de máximos. Los casos de Escocia y Catalunya seguramente son hoy los más ilustrativos al respecto. Palabras del mismo diplomático, meses después de aquella primera conversación. "Si una mayoría de catalanes llegase finalmente a la conclusión que con independencia viviría mejor, España tendría un serio problema". Seis años después, ese escenario parece tomar cuerpo. La indivisibilidad de España, en el centro del debate político. Seis años después de la quiebra de Lehman Brothers y de las sucesivas oleadas de miedo que han barrido buena parte de Europa.

 

Seis años después, Ucrania está en llamas y se dirime entre Rusia y la Europa germanizada. La policía repele con violencia las manifestaciones en el centro de Kíev de los ucranianos proeuropeístas que repudian el definitivo giro prorruso del primer ministro Victor Yakunovich, al rechazar un tratado comercial preferente con la UE. La facción más radical de los manifestantes responde con violencia a la policía y a los matones que ha movilizado el poder para amedrentar a los opositores. Los opositores moderados tratan de desmovilizar la violencia, pero los alrededores de la plaza Maidan se han transformado en escenario de la barbarie posmoderna.

 

Bajo un frío atroz, la policía antidisturbios se enfrenta a un ejército que intenta ser simétrico: hombres protegidos con cascos y escudos, dispuestos a la lucha cuerpo a cuerpo. La fotografía de un manifestante con armadura medieval ha dado la vuelta al mundo.


 

La dureza del nuevo desorden europeo se pasea estas semanas por de Kíev. El panorama es tremendo. Mientras en algunos rincones de la Europa occidental, importantes segmentos de las clases medias y populares sueñan con vivir dentro de una burbuja impermeable que ponga a salvo el bienestar acumulado, adhiriéndose a discursos populistas y anti Unión Europea; en Kíev, hay personas que mueren por querer pertenecer a Europa. Un gran drama.

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Ignoro si aquel diplomático que pensaba en una Europa desde Lisboa hasta más allá de los Urales, sigue creyendo, en su nuevo destino, que Ucrania es el precio a pagar por un gran espacio económico euroasiático. No sé si esta sigue siendo la doctrina de su país.

 

 

 

 

 

 

 



 


 

 



 

 


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